Entre la técnica y la emoción, cada marca es un latido.
El trazo como firma del alma
En mis años pintando, he aprendido que un trazo puede delatarme. Cuando estoy ansiosa, las pinceladas son cortas y repetitivas; cuando fluyo, se alargan como cintas al viento. Observo lo mismo en los maestros: los remolinos de Van Gogh gritan pasión desbordada, mientras que las líneas sutiles de Morisot esconden intimidad. No se trata de control, sino de dejar que el cuerpo hable a través del pincel.
Técnica vs. verdad: ¿qué pesa más?
En la academia me exigían precisión, pero hoy prefiero la honestidad. Un trazo tembloroso puede transmitir más que uno perfecto: pienso en las obras tardías de Monet, donde sus pinceladas borrosas revelaban su lucha con la vista… y a la vez, su terquedad por crear. En mi proceso, a veces uso brochas, dedos o hasta ramas para romper la rutina y encontrar texturas que mi mano no podría planear.
Invita a tus trazos a bailar (ejercicio sensorial)
Propuesta: pon música (¿jazz? ¿rock? ¿silêncio?) y pinta solo escuchando tu cuerpo. No pienses en formas, deja que el color se acumule, rasgue, gotee. Al final, mira la obra y pregúntate: ¿esta es la huella de mis emociones hoy? Guárdala como un registro fósil de tu estado de ánimo.